Nunca olvidaré la emoción de comprar mi primer videojuego. Fue Left 4 Dead 2, y desde el primer momento supe que había encontrado una joya. La adrenalina de enfrentarme a hordas de zombies junto a mis amigos era indescriptible.

La tensión de cada nivel, la variedad de armas y la inteligencia de los enemigos hacían que cada partida fuera una experiencia única. Recuerdo haber pasado horas explorando los diferentes escenarios, buscando objetos y estrategias para sobrevivir.

Lo que más me cautivó fue la sensación de camaradería y cooperación que se creaba al jugar con otros. Coordinar ataques, cubrir a los compañeros y celebrar las victorias juntos eran momentos inolvidables. Left 4 Dead 2 no solo era un juego, era una experiencia social que me unió con mis amigos de una manera especial.

Si tuviera que destacar algo de este juego, sería su capacidad para generar momentos de tensión y diversión a partes iguales. La banda sonora, los efectos de sonido y el diseño de los zombies creaban una atmósfera de terror que me mantenía al borde del asiento.

Left 4 Dead 2 fue la puerta de entrada a un mundo de videojuegos que nunca imaginé. Su impacto en mí fue tan grande que aún hoy lo considero uno de los mejores juegos que he jugado.