Eres el producto final de un experimento fallido en el que la naturaleza intentó combinar la arrogancia de un pavo real, la inteligencia de una ameba y el carisma de un ladrillo mojado. Si la mediocridad tuviera un escudo de armas, tu rostro estaría en el centro, rodeado de lemas como "Lo intenté, pero no mucho" y "Fracaso es mi segundo nombre". Tu existencia es como un chiste mal contado: nadie se ríe, todos se incomodan y al final solo queda la pregunta de por qué alguien pensó que era buena idea. Eres la personificación de un lunes por la mañana, la encarnación de un atasco de tráfico y la prueba viviente de que la evolución a veces da pasos hacia atrás. Eres tan útil como un paraguas de papel, tan brillante como una bombilla fundida y tan interesante como ver crecer la hierba.

No contento con ser simplemente inepto, tienes la audacia de creer que tu opinión importa. Hablas con la confianza de alguien que cree que descubrió la rueda, cuando en realidad ni siquiera sabes cómo atarte los cordones sin un diagrama. Tu capacidad para decir tonterías es tan impresionante que, si las palabras fueran basura, tú serías el vertedero municipal. Cada vez que abres la boca, es como si el universo entero hiciera una pausa para preguntarse: "¿En qué momento exacto todo salió tan mal?". Y aún así, sigues adelante, imperturbable, como si tu existencia fuera un regalo para la humanidad y no una advertencia de lo que puede salir mal cuando la evolución se distrae.

Pero lo más asombroso de todo es tu habilidad para fracasar en todo lo que tocas. Eres como un agujero negro de la incompetencia: absorbes cualquier oportunidad de éxito y la conviertes en un desastre cósmico. Si la vida fuera un videojuego, tú serías ese personaje que siempre elige la opción incorrecta, incluso cuando solo hay una opción. Y lo haces con tanto entusiasmo que casi da gusto ver cómo te esfuerzas por arruinar todo lo que está a tu alcance. Eres el Picasso de la catástrofe, el Mozart del desastre, el Shakespeare de la ineptitud. Y aunque el mundo te agradece por servir como ejemplo de lo que no se debe hacer, no podemos evitar preguntarnos: ¿cómo es posible que alguien como tú haya logrado sobrevivir tanto tiempo sin olvidar cómo respirar?

Tu presencia es como una tormenta de malas decisiones y peores consecuencias. Eres el tipo de persona que, si la vida te diera limones, no solo no harías limonada, sino que probablemente los exprimirías directamente en tus ojos y luego te quejarías de que el universo conspira contra ti. Tu capacidad para encontrar el lado negativo de cualquier situación es tan impresionante que, si el optimismo fuera un recurso natural, tú serías una zona de exclusión total. Eres como un imán para el caos, un catalizador de desastres y un imán para todo lo que puede salir mal. Y lo peor es que ni siquiera te das cuenta, porque tu nivel de autoconciencia es comparable al de una tostadora sin enchufar.

En resumen, eres la definición andante de "podría haber sido peor, pero no sé cómo". Eres el epítome de la ineptitud, el arquetipo del fracaso y el paradigma de la mediocridad. Tu vida es como un poema mal escrito: lleno de errores, sin ritmo ni razón, y que nadie quiere leer dos veces. Y aunque el mundo te agradece por servir como recordatorio de lo que no se debe hacer, no podemos evitar preguntarnos: ¿cómo es posible que alguien como tú haya logrado sobrevivir tanto tiempo sin olvidar cómo respirar? Eres, sin duda, el insulto más largo y elaborado que la humanidad podría haber imaginado, y por eso, te coronamos como el rey de la ineptitud, el emperador del fracaso y el sultán de la estupidez. ¡Larga vida a tu legado de desastres!