— Ser santo y majestuoso —exclamé llorando—. Tú, que te has dignado llenar mi alma de alegría celeste en este momento atroz; Tú, que, sin duda, me has impedido atentar contra mi vida; protector y guía mío, confío en tu bondad y te imploro clemencia... ¡Mira mi desgracia y mis penas..., mi resignación y mis buenos deseos!... ¡Dios todopoderoso, Tú ya sabes que soy inocente y débil... que he sido traicionada y maltratada! He querido imitarte, haciendo el bien, y he sido castigada por tu voluntad... Pero la acepto, Señor. Adoro tus sagradas intenciones, las respeto y ceso mis quejas..., aunque, si es verdad que lo único que voy a encontrar aquí son espinas, ¿sería ofenderte, dueño, soberano, suplicar de tu poder que me llame junto a Ti, para amarte sin inquietudes y lejos de esos hombres perversos que sólo me han aportado males y cuyas manos sanguinarias y pérfidas ahogan deliberadamente mis tristes días en un torrente de lágrimas y un abismo de dolor?... [...]

—¡Dios mío! —exclamé —. ¡Vos lo habéis querido!... Estaba escrito en vuestros eternos designios que el inocente fuera presa del culpable... ¡Disponed de mí, Señor! ¡Aún me falta mucho para sufrir los tormentos que Vos padecisteis por nosotros! ¡Ojalá los que soporto por amaros me hagan un día digna de las recompensas que habéis prometido al débil, cuando os convierte en su razón en las tribulaciones y os alaba en medio de sus pesares! [...]

Los sentimientos religiosos no me habían abandonado en ninguna de las circunstancias de mi vida, porque, menospreciando los vanos sofismas de los espíritus fuertes, al considerarlos dictados más por el libertinaje que por una firme convicción, solía enfrentarme a ellos con mi inteligencia y mi fe, y ambas me aportaban cuantos medios necesitaba para vencerlos. [...]

—¡Vamos! —me digo a mí misma—. ¡Ánimo!... ¡Adelante!... Es cierto que el fuerte desprecia al débil, pero también lo es que ha un Dios todopoderoso que lo protege y no lo abandona jamás. [www.amazon.com.mx]