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Acá yace la tumba de los sueños de un pibe común y corriente, cuyo destino añoraba la intención de formar experiencias inolvidables sobre su pasión más intensa, los juegos.

Sin esperar las malas decisiones que tomaría en un futuro, cometiendo el pecado más grande de la humanidad, la ingenuidad; no tardó en darse cuenta de que la vida de algún modo u otro, le haría entender que es tiempo de crecer.

Forzándolo a centrarse en un entorno dañino donde no había más que violencia hacia si mismo, hacia los demás; creencias erróneas y montones de ignorancia, el chico llegó al punto más bajo de su vida. "¿Qué estoy haciendo conmigo?" Se cuestionó en su punto de inflexión.

Hubo silencio.

Desesperante ausencia de respuesta.

He ahí donde supo que, el único mal en su percance, era él mismo. No tenía idea de dónde estaba. No tenía una sola pista de quién era o en lo qué creía. Se perdió a si mismo, convirtiéndose en su propia perdición.

¿Cuándo fue el momento en el que se extravió?

¿Cuándo fue que deshechó las riendas de su destino?

¿Cuándo se convirtió en lo que más detestaba?

Él sabía que no era así. Entonces, se cuestionaba lo de antaño.

Traición. Mentira. Egoísmo. Concluyó la desgastada mentalidad del perpetrador.

Avergonzado de su final, de la persona en la que se convirtió y dejó influir, levantó lo poco que le quedaba de dignidad, y decidió realizar un viaje. Un recorrido que le permitiría volver a encontrar el "yo" del que tanto se enorgullecía.

Con su última lágrima, aliento y voluntad, juró nunca más volver a caer preso de la sustracción de identidad. Sea quien sea, sea lo que sea, el no se doblegará por nadie ni nada. Pues él mismo será su salvación.

"Si no puedo siquiera serme fiel a mí mismo, ¿con qué razón reclamo la traición de los demás?"

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